Al mismo tiempo, independientemente de quién se haga con la presidencia en las elecciones de noviembre, el imperialismo estadounidense, en tanto que primera potencia militar así como todavía primera potencia económica residual, se verá obligado a retractarse de la política unilateral de la era Bush.
El mundo unipolar de los neocons ha desaparecido para ser reemplazado por una política más “consensuada”, más “multipolar”, que probablemente adopte el ganador, quienquiera que sea. McCain, el candidato republicano, es un halcón de los asuntos internacionales –ha declarado que se quedaría en Iraq por cien años– y supuestamente “liberal” en las cuestiones nacionales. Es improbable que gane, teniendo en cuenta la catástrofe económica con la que ahora está firmemente asociado el régimen de Bush en las mentes de los ciudadanos estadounidenses.
El 78% de la población cree que Estados Unidos “está en el camino equivocado”. Al igual que los tories británicos de la era post-Thatcher, los republicanos llevan la marca de Caín por culpa de los desastres de Bush. Consecuentemente, lo más probable es que los demócratas hereden el desorden, tanto nacional como internacional, que este presidente ha dejado tras de sí. Su política a escala internacional estará definida por los reveses del imperialismo estadounidense de los últimos ocho años. No tienen más alternativa, en tanto que principal potencia económica y militar, que continuar interviniendo en todo el mundo, pero desde una posición debilitada. El llamado “imperialismo liberal benevolente” se convertirá en la nueva doctrina. Estados Unidos se podrá seguir comparando con Roma, ya no en su ascenso –el periodo “heroico”– sino en la fase de estancamiento y desintegración de su imperio. Roma fue capaz de mantener su posición por medios militares durante siglos, aunque los cimientos económicos se pudrieran cada vez más a medida que se demostraba que la misma esclavitud era una fuerza económica obsoleta.
La sociedad se estancó e, incluso, se desintegró parcialmente bajo el embate de las hordas bárbaras. Aquella sociedad sólo consiguió progresar liquidando la esclavitud abierta y sustituyéndola por el trabajo campesino, aunque con el aparato militar y la explotación del feudalismo. Roma no pudo salvarse porque entonces no existía una clase capaz de mostrar un camino hacia delante. El “proletariado” de Roma vivía a expensas de la sociedad, al contrario de la clase obrera moderna, que ha sido la base del auge económico y pervivencia del capitalismo. Esta clase conserva su papel histórico, a pesar de los corruptos líderes al mando de sus organizaciones, en particular de los sindicatos.
Estados Unidos, la “nueva Roma”, tendrá que compartir su influencia y poder con las fuerzas emergentes que implícitamente desafían su liderazgo, en particular desde Asia, y, en concreto, China. Hemos hablado muchas veces de este asunto, pero los ilusos pronósticos de los comentadores burgueses, compartidos por la élite china, de que podemos experimentar el “pacífico ascenso de China” son irrealistas.
En la última parte del siglo XIX, el imperialismo británico fue desafiado por la potencia emergente de Alemania, que lo alcanzó económicamente casi a comienzos del siglo XX. Entonces, en la intensa competición por los mercados, materias primas, influencias, etc., se enfrentaron entre sí en
0 comentarios to 4.- Imperialismo estadounidense
Publicar un comentario